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nautonnier

Monday, January 22, 2007

El hombre es un ser de tiempos. Generalmente vivimos en una dicotomía temporal entre el presente, que no es más que el instante mismo - fugaz y hacedor de memorias, y la idea de un futuro, donde por resultado de nuestra acción durante ese instante, se pueden lograr los objetivos y anhelos.

El tiempo da como consecuencia muchas facultades del hombre y por ende sus posibilidades. Sin tiempo, o por lo menos sin la capacidad de entender y sentir el tiempo, no existiría la memoria, no existiría el recuerdo de nuestra historia. La esperanza no tendría razón de existir. El jamáz simplemente no tendría lugar. No daríamos ni buscaríamos más ya que no tendría un uso real ni la validez. Inclusive la razón se debe al tiempo.

Pero tenemos la capacidad de conocer y determinar ese tiempo. Por él tenemos la capacidad de amar, al recordar en cada instante ese sentimiento con la visión de hacerlo crecer. Por eso podemos suspirar y anhelar. De ahí que el mismo amor se vuelva esperanzador, y al serlo, sea fórmula narcotizadora del tiempo.

Pero la conciencia sobre el tiempo implica también que seamos concientes de nuestra temporalidad. Si sumamos el hecho de que no sabemos con cuánto tiempo disponemos, la cuestión se torna más grave. Reconocemos al tiempo a cada instante, pero no tenemos ni idea de cuando se concluirá esa capacidad cognocitiva. Aquí es cuando nos topamos con lo definitivo.

En lo definitivo es donde se encuentra a la esperanza y también a la resignación ante lo que nunca vamos a poder cambiar ni controlar. Es ante todo esto que comenzamos a tomar conciencia de nuestra temporalidad y surgen preguntas de esencias y rumbos, de sentidos y contrasentidos.

Realidad es que todo cambia. El tiempo no tiene memoria porque todo lo transforma en su transcurrir, como lo hace un artista perfeccionando su obra. Cada ser, a pesar de que no lo entienda, invariablemente lo vive. Dios creó el tiempo sujetándonos a todos a él. Principios y finales, de eso es de lo que está compuesto el tiempo. ¡Únicamente el tiempo y Dios son infinitos!, o por lo menos eso es lo que he podido disernir. Lo que había ántes del tiempo y después de él tan solo lo puedo explicar con una sola palabra: DIOS.

Como ya lo había expuesto ántes, en la cosmología cristiana/judaica de bien y mal, al principio de todo estaba DIOS y él (por su instinto creador) hizo todo lo imaginable, incluyendo al tiempo - el cual lo creó para concepción y base de ingeniería de todo lo demás.

Ente sus múltipes creaciones, Dios hizo a los ángeles (los celestiales y los caidos) y también otra de las oportunidades más valiosas: el libre albedrío. Con éste libre albedrío, los concientes (no necesariamente y únicamente los hombres) podemos actuar a nuestra voluntad haciendo y deshaciendo, creando y destruyendo, sujetos a casi ninguna regla. Es precisamente esta libre voluntad, sumada con el conocimiento provocó la expulsión de Adán y Eva y el mismo Satanás del paraiso, aquel lugar perfecto de cercanía con Dios.

Sin embargo, siempre, desde los principios de la creación, el tiempo fue un presente constante y todos estuvieron sujetos a él. El mismo Dios dividió temporalmente la creación en 7 días sujetándose a su más importante y valiosa creación. Esto quiere decir que desde el principio de los todo, estuvo el tiempo y junto con él la memoria y la historia.

El arcángel Gabriel, con su espada de fuego, explusa a Satán del Paraíso para que caiga al mismo destino que el hombre. A pesar de su propia voluntad y capacidad, él también está sujeto a las mismas reglas de principio y fin, aunque su temporalidad sea más extensa en nuestro entendimiento. Es precisamente el tiempo lo que hace la gran diferencia entre Dios y el demonio, para Dios el tiempo no aplica.

Sabiendo esto, el demonio vive siempre en la derrota y el recuerdo eterno de ese control imposible, conciente de que en algún momento el ciclo se concluya, pues también es un ser de tiempo... Alfa y Omega.

"Polvo eres y en polvo te convertirás"

Entre tanto, me quedo sólo con la cuenta de estrellas y no de piedras.

Prefiero mirar hacia arriba que hacia abajo. Al final, las caidas me han mostrado en carne propia, lo filosas y frías que suelen ser las piedras.

¡No te engañes! También los diamantes son piedras disfrazadas de espejismos de esperanzas y promesas de calor.

Por eso encuentro lo que busco en las estrellas, aunque solo salgan de noche. Es ahí cuando me llenan de esperanza de poderlas atrapar, si es que alguna cae, e interceptarla ántes de que toque el piso y se convierta en otra piedra más...

No cuesta nada mirarse para adentro.
Al hacerlo, me vuelvo presa de mi propia cabeza.
Es ahí donde constántemente me ahogo con imposibles,
Pues lo posible ya no me causa más sorpresa,
Siempre ha estado a la mano.

Dejé de buscar entendimientos compartidos.
Lo dejé de hacer al darme cuenta de que ese es un camino imposible.

¿Entónces, con qué me quedo?
Es un presipicio en donde volteés
Y hacia donde te dirijas
Sólo encontrarás una caida.

En este lugar, también perdí los imposibles.
Extravié los sueños.
Me quedé parado.

Tuesday, January 16, 2007

Una vez cierto juego de mar...

Una vez cierto juego de mar
Me trajo hacia ti.

En la inmensa constelación de olas sin fin,
De crestas blancas y formas indecibles, - de infinita agua
He terminado aquí.

Yo, con mi barca rota de navegar,
Tú, escondiendo mi estrella polar.

Hoy no recuerdo lo que dejé,
Lo que alguna vez cargué, ya lo arrojé,
Incluyendo los recuerdos
Que pesaban como muertos,
Al solo estar.
¿De qué sirve pensar, si no hay con quien hablar?
¿De qué sirve sentir frío, si no te puedes tapar?
¿Qué hago con el calor que no se puede apagar?

¿De qué sirve sentir tánto, si la diferencia está en la ilusión?

Recuerdo a una persona muy diferente
Alguien que ya no soy.